Presentación: Volver a volar

 Relato - Volver a Volar


La puerta de su casa cedió con desgana. Las bisagras chirriaron ante el esfuerzo que se les exigía. Aquel sonido agudo y penetrante había acabado por convertirse en una especie de himno de bienvenida; como trompetas reales que anuncian la llegada del soberano a su reino. Solo que los dominios que constituían su reino se circunscribían a cuarenta metros cuadrados, y no tenía más vasallos que aquella rata gris que solía salir a visitarlo de cuando en cuando a través del agujero que había en el rodapié de su diminuta cocina. Observó su desolado castillo, que ofrecía un espectáculo un tanto melancólico y decadente con las últimas luces del atardecer; suspiró y dejó caer al suelo la mochila que llevaba. Llegó a su acogedor cuarto. Un camastro empotrado contra la pared izquierda, un menudo armario resquebrajado custodiando la derecha, y un escritorio, que lucía una leve pátina y estaba velado por una capa de polvo, dominando la estancia frente a la ventana. Hacía más de un año que no se sentaba frente a aquel escritorio. Lo recorrió con la mirada, y vio su superficie vacía, monótona, ajada: muerta.

Una oleada de pena y frustración se abrió paso a través de su cansado cuerpo y aferró su corazón de una manera implacable. Hacía un año que no se sentaba en el escritorio. Hacía un año que había empezado a considerarse un fracaso. Hacía un año que su pasión lo había abandonado sin previo aviso, como el amante que desaparece repentinamente al encontrar la calidez en otros labios. Hacía un año que había empezado a torturarse a sí mismo, y no creía que tuviese el derecho de parar. Vivía por las palabras. Tenía tinta corriendo por sus venas e historias fantásticas bombeándole el corazón. En lo más profundo de su ser sentía que eso era verdad. Pero, si lo era, ¿por qué no había visitado el escritorio? ¿Por qué sentía constantemente que era un fracaso, una decepción, un impostor? ¿Por qué las ideas ya no brotaban de su cabeza con pasmosa facilidad, como cuando era un crío? ¿A caso todo aquello no había sido más que una vana ilusión? ¿Estaba él destinado a llevar una de esas monótonas vidas de oficina que tanto había odiado y que, en su momento, había prometido evadir costase lo que costase?

Otro suspiro, esta vez acompañado de unos ojos vidriosos.

 Palabras que se juntan para formar frases. Frases que se amontonan para formar escenas. Escenas que se intercalan para formar historias. Historias que pasan a convertirse en leyendas. Aquello era para lo que él vivía; el aire que respiraba; el sueño que, irónicamente, lo mantenía atado a la realidad.

Se sentó en su cama, que se quejó de su peso, y paseó la mirada por el pequeño estante que había sobre ella. Los ojos recorrieron los títulos desdibujados de las cubiertas, hasta que decidieron pararse ante uno en concreto. El libro de su infancia. El libro que le abrió la puerta a los libros. La historia que le había disparado una flecha embebida del veneno de la creación; un veneno que aún no había abandonado su alma y que seguía ejerciendo un efecto casi hipnótico sobre él. Una media sonrisa de nostalgia se dibujó en su rostro. Alzó una mano y la pasó por el lomo del libro. Lo cogió. Observó la portada, cuyos vívidos colores se habían ido desvaneciendo a lo largo del tiempo. Lo abrió. Y entonces, ocurrió el milagro, porque, al leer las primeras páginas de aquel libro que tan familiar le era, volvió a recordar.

Recordó todas esas noches en vela, donde el reloj no era para él más que un pisapapeles de forma extraña y donde las historias que brotaban de esas páginas cobraban vida en su interior. Recordó la sensación que tuvo cuando al autor de aquella obra firmó la primera página; aquel sentimiento de envidia mezclado con una abrumadora admiración. Recordó lo que era escribir en las tardes lluviosas; lo que sentía al sellar con palabras el destino de un personaje que era tan real para él que había llegado a amarlo genuinamente.

Sí. Ahora recordaba. Solo porque haya temporal y el pájaro no pueda volar, no significa que haya dejado de ser un pájaro: mientras tenga alas, tiene esperanza.

Volvió a mirar el escritorio, que hacía unos instantes se le había antojado tan inhóspito como un desierto. Pero ahora lo veía. Veía todo; los castillos y los dragones; los barcos y las naves que lo surcaban; las misteriosas criaturas aladas que lo sobrevolaban, y los valientes héroes que lo exploraban. Sonrió, pero esta vez con una sonrisa honesta y completa.

Volvería a volar. Volvería a alzarse. Al fin y al cabo, para él, la palabra escritor siempre había sido sinónimo de superviviente.

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